Claro que la cosa tiene trampa. El público que asiste al Festival de Sitges puede ser todo lo heterogéneo que se quiera, pero me juego el bazo a que todos se muestran la mar de encantados con las pelÃculas de zombis. Y si resulta que te proyectan una en la que se parte de una premisa tan sugerente como que los bichos han sido domesticados y se utilizan para servicios de todo tipo, los aplausos que rematan la proyección están cantados. Pero es que "Fido" se lo merece. Como muestra de ese curioso subgénero que es la comedia zombi, no tiene precio. Además, le añade a la fórmula una generosa dosis de ucronÃa y nos sitúa en unos Estados Unidos artificialmente felices de los cincuenta, un buen rollo que se acrecienta gracias a la resolución de un supuesto Apocalipsis Zombi vÃa invento del siglo: el collarÃn de la corporación Zombicom, o cómo convertir al no-muerto en un esclavo.
"Fido" funciona a tantos niveles que asusta: tan pronto se rÃe con el humor más negro que uno pueda imaginar como ridiculiza aquella edad de oro norteamericana o se mete de lleno en la hipocresÃa del entorno familiar artificial o el exagerado uso de las armas como instrumento para la defensa personal.
A estas alturas del negocio, el zombi ha dejado de ser terrorÃfico para convertirse en entrañable. Al menos el zombi tradicional, el de toda la vida, el que camina con la misma gracia que un pobre diablo pasado de orujo, y uno o bien renueva a las criaturas y las convierte en atletas del mal capaz de correr a toda velocidad como hizo Zack Snyder en "Dawn of the Dead" o los coloca como protagonistas absolutos de una comedia. Es el caso de "Fido", espléndida pelÃcula capaz de demostrar, además, qué grande puede ser un actor interpretando su papel a base de miradas y rugidos. Aquà tienes el ejemplo perfecto: Billy Connolly, zombi protagonista. Genial.
Escrito por Xan Pita