Dieciocho años después de que se diera carpetazo a una de las mayores sensaciones cinematográficas de comienzos de siglo, Lana Wachowski vuelve en solitario para ofrecernos la cuarta entrega de este submundo en el que nos sumergió por primera vez hace ya más de veinte años y que tanto fandom movilizó. Conserva una parte del reparto de la primera trilogía, Keanu Reeves y Carrie- Ann Moss deambulan por la cinta dando vida de nuevo a Neo y Trinity respectivamente, cosa que no hacen eso sí, Laurence Fishburne como Morfeo o Hugo Weaving como el mítico Agente Smith. En este sentido, ya algo olía raro.

En su defecto, se introduce a Neil Patrick Harris entre el cast, o a Christina Ricci, aunque su aparición bien podría considerarse de cameo.

Neo vive una vida normal y corriente en San Francisco mientras su terapeuta le prescribe pastillas azules. Hasta que Morfeo le ofrece la pastilla roja y vuelve a abrir su mente al mundo de Matrix.

Visualmente, vuelve a ser maravillosa, qué menos. Crea nuevos y espectaculares emplazamientos cyberpunk como pide la franquicia, pero, a estas alturas, con eso únicamente ya no es suficiente. Y es que el apartado de la trama crea una telaraña de sus propios universos, dando cabida a metaconceptos con la trilogía para intentar confundir a un espectador, que verá que su nivel de sorpresa o conmoción, será reducido.

Básicamente se dedica a trasladar personajes de un escenario a otro, descubriendo en cada uno de ellos una nueva amenaza y una cantidad no escasa de información, que, al parecer sacada de la manga en el último momento, hace avanzar el argumento a trompicones. Donde, en las tres primeras películas, todo era un sutil y efectivo rompecabezas que se aliñaba con acción y conceptos que se reciclaban para el público más mainstream (ya habíamos visto algo del estilo en Dark City de Alex Proyas) sobre “la matrix” (tenemos la prueba de ello en la incursión de David Icke en el guion), aquí es todo mecánico e incluso repetitivo, lo que termina desembocando en el peor de los errores en este tipo de producción; provocar indiferencia e incluso aburrimiento en el espectador. Nunca consigue de encontrar su cuerpo.

Tampoco ayudan a equilibrar estos desajustes las apariciones de los actores que encarnan a los personajes más principales, los que han sobrevivido a la guadaña de Wachoswki. Nos encontramos ante un bajo nivel de nostalgia al que nos somete, cuando debería de ser todo lo contrario. Tal vez, porque llegados a un punto, poco nos importa ya lo que ocurra o haya sucedido en todo este tiempo. Algo que, por ejemplo, no ocurre con la nueva Ghostbusters: Afterlife, aun aventurándose a introducir nuevos protagonistas.

En resumidas cuentas, da la sensación que es una secuela obligada a llevarse a cabo por algo o alguien, realizada con poca gracia y mucha fatiga, de un mundo que, a lo mejor, tenía que haberse quedado como estaba.