Una historia infantil y mágica, que no es solamente para niños ni trata precisamente de hechizos.
Ahora que Spielberg ha vuelto a poner en la palestra al gran autor de novelas infantiles Roald Dahl (Cardiff, Inglaterra, 1916 - Oxford, Inglaterra, 1990), no está de más recuperar una de sus obras más clásicas a pesar de ser de las últimas que escribió (“Matilda” se publicó en 1988, y aquí llegó un año después de la mano de Alfaguara, existiendo también una edición de Círculo de Lectores de 1996, coincidiendo con la película), que como todas las que salían de su brillante pluma, es imposible de circunscribir tanto a un género concreto como a una concreta edad.
Con una fama que se acrecentó de forma exponencial por la película que Danny DeVito filmó con tantísimo acierto en 1996 (y donde además de ponerse tras la cámara interpretó brillantemente al padre de la protagonista) y que la ha llevado incluso a convertirse en un musical en 2010, esta obra trata de una niña altamente inteligente que crece en una familia de palurdos a la que de repente se le despiertan unos poderes paranormales que la ayudan a conseguir lo mejor para su encantadora profesora, la señorita Honey, quien como el resto del colegio vive atemorizada bajo la férrea tutela de la señorita Trunchbull, la directora. Ahora bien, ¿son mágicos los poderes de Matilda, o tal vez fruto de su brillante inteligencia? Pues francamente, y a pesar de todas las explicaciones que DeVito quiso ofrecer a sus espectadores (el cual sin duda trató el texto con un mimo y un cuidado del todo encomiables, cosa que por desgracia y como es bien sabido ni de lejos es habitual en las adaptaciones cinematográficas), al lector tampoco le queda claro… pero tampoco le importa, lo mismo que tampoco le importa en absoluto la edad a la que está destinada la lectura del texto.
Porque de la misma forma que otros textos de este autor (entre los que se incluyen maravillas como “James y el Melocotón Gigante”, “Charlie y la Fábrica de Chocolate” o “El Gran Gigante Bonachón”, sin contar que es el creador de los “gremlins” originales en los que se inspiró la posterior película), este es sin duda un libro que los niños disfrutarán muchísimo (los niños sensibles e inteligentes, se entiende, que era para quienes él escribía), pero que los adultos (de nuevo, los que sean también sensibles e inteligentes, por supuesto) también disfrutarán precisamente como niños, y sin preocuparse de si sus aventuras son “mágicas”, “reales”, “fantásticas”, o vayan vds. a saber cuántas etiquetas más… Porque lo que podría haber sido una historia blandengue y anodina repleta de azúcar y edulcorada como pastel de chocolate, se transforma en manos de Dahl en una despiadada crítica a muchísimas cosas (la televisión, la educación infantil, el autoritarismo, la cerrazón de quienes han cumplido años pero no han sabido evolucionar, la falta de madurez, la ausencia de maravilla…) sin perder por ello ni un ápice de dulzura ni de pimienta (la pobre señorita Honey y su lastimosa situación, que DeVito no tuvo otro remedio que suavizar en pantalla). Pero sea como fuere, lo que es seguro es que esta pequeña joya se hará inolvidable para todo aquel que la lea, tenga la edad que tenga y los gustos literarios que tenga.
-Un momento: el descubrimiento de la biblioteca por parte de Matilda.
-Un divertimento: lo muy identificados que nos sentimos con ella quienes descubrimos los libros cuando éramos niños.
-Un personaje: la señorita Honey, profesora que todos habríamos querido tener.
-Una emoción: volver a ser niño de nuevo, y además, con poderes.